sábado, 21 de abril de 2018

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Cuando advirtió que lo estaban siguiendo la escasa luz se tornó más oscura, era una intermitente sucesión de destellos casi imperceptibles. No había luciérnagas. Tocó su pecho como intentando calmar esos nervios depositados en la boca del estómago. Quien iba a decirle que su día, que había comenzado con un café cortado y panes con queso crema en una casa del centro, iba a convertirse en un intrincado laberinto.
Al posar los dedos sobre el esternón el aire comenzó a salir, los bostezos siempre lo habían tranquilizado y recordó que ahora se encontraba   protegido, nada podría pasarle. Tenía oculta una pirita, piedra escudo que resguarda energéticamente,  en el vértice del bolsillo derecho de su pantalón. Por eso al solo rozarla era como si su autoestima se viera fortalecida y la ansiedad se esfumara. Un día alguien creyó ver en eso una humorada. No lo era. Pensó que si el mundo abriera sus canales de percepción todo andaría mejor…

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