miércoles, 28 de diciembre de 2016

EL GUARDIÁN

Abre los ojos, le cuesta desperezar esos parpados algo borroneados por los restos de rimmel, todas las noches cuando esta acostada intenta hacer un esfuerzo por llegar a la crema limpiadora pero puede más el llamado de ese otro mundo inexplicable y el sueño se apodera de ella.
Chau limpieza nocturna- musita - mientras acomoda el cuello entre varias almohadas, el gato a poca distancia de sus ojos. Sabe que él no es azar.
Por eso no le extraña cuando a la madrugada se desliza en una especie de rito, y acomoda su pelaje negro en un ronroneo de parajes desconocidos, como apaciguando terrenos humanos. A veces en plena vigilia piensa que es el poseedor de la clave, el ojo visor.
De repente sus dientes, desalojados de la quietud donde el silencio reina, arremeten entre ellos, rozan tal vez cosas no dichas como en un sombrío sótano repleto de humedad. Cuando esto ocurre, el felino intercepta ese fluir deshabitado que intenta convertirla en prisionera. Lentamente comienza a sumergirse y a emerger. Saca lo feo, lo que hace mal.
Ahí sobresaltada, la mujer despierta, cierto dolor en la mandíbula la hace regresar. Sus labios apretados, el pelo semejando la figura de un bote en medio del temporal.
Él siempre la mira y maúlla. Esos maullidos donde se exorcizan rincones de cenizas, los abismos de cuerdas rotas.