sábado, 4 de marzo de 2017

DE HUMO

En una tarde algo nublada, con cierta agua de lluvia cayendo, alguien me habló de la actividad decididamente a full de los vendedores de humo.
En la portada de mi neurona cayeron fichas a rabiar. Plum ups. Vale decir que no me tomó por sorpresa. Todo lo contrario. En los últimos tiempos se fue compilando esa extraña sensación de estar frente a ilusionistas, algunos enroscados y unos cuantos escurriéndose.
Apareciendo nos convierten, a los cautos incautos, en implosión y se desvanecen. Quizás hay ojos que divisan las burbujas pacman a tiempo, ven el despliegue de la maquinaria desde un primer momento pero no avisan para evitar el impacto tan feroz.
Cuando la imagen escénica queda apenas congelada, en un borde transversal se impregnan los dimes y diretes de las acciones humanas. Aluvión en techos descascarados. Y las palabras sobrevuelan.
Se abren los brazos como queriendo tomar sin disimulo tantas frases que entran por un oído y no salen por el otro, quedan galopando en nuestro interior como la prueba más indiscutible de su existencia.
Sin embargo, para la humareda el único dispositivo que cuenta es el vicio estrategia, parecer, así como saltar escalones, la verborragia de cruzadas imperiales, ese pie sobre cabezas ajenas.
Acabo de ver a un vendedor, incluso se acercó atiborrado de contaminaciones coloquiales en donde fue repasando la longitud de su reinado. Su yo soy. No se derogan las imperfecciones de las filmografías, todo queda estampado. Hasta las palabras transitan amarradas a cierta agitada exhibición.
Me planteo si los vendedores se duplicaran como un plagio incesante, si el humo llegara a tener color, fosforescente y brilloso, como para poder darse cuenta a tiempo.
Es cuestión de que los pececitos de colores emigren de esa creencia que nos fue inculcada, de creer aunque y a pesar que todo demuestre lo contrario. Ya es hora de verlos disfrutar serenos en el agua del río. Que las visiones fluyan, y los rostros se muestren verdaderos y humanos.

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